Me embrujaste con tus ojos almendrados;
enseguida entró en mí el calor de tu llama.
No sé por qué vi en tu mirada algo distinto
que me hizo otra vez volverme a enamorar.

Estaba todo muerto y abrió un nuevo yacer,
y se manifestó en mí este hermoso despertar.
Desde ese momento ya no te pretendí excluir
por estar en lo más sumergido de mi persona.

Bendito entusiasmo que empecé a distinguir,
y la alegría que proporcionaste a mi corazón
colmándolo de fascinadores y buenos deseos
que todavía incendian demasiado mi espíritu.

Tantas cosas pasaste por dentro de mi sangre
que no sé de qué manera las podía comentar.
Son tan intensas las sensaciones que persisten;
las llevo sintiéndolas más de lo que imaginas.

Aunque compartimos nacientes sentimientos
nunca los mostraremos: son nuestros velados.
Y los mantendremos en la más digna intimidad.
Sabemos que este amor no lo podemos revelar.