Apareciste frente a mí y me subyusgaste
y enseguida, sin asumirlo, me enamoré.
Había momentos en que me inquietabas
al advertir de la manera que te encendías.

Tus encantos florecieron en mí profundos;
por eso en mi alma deseé llevarte siempre.
Al verte tan majestuoso te gocé mucho más;
de pronto llegó el alba y decidiste marchar.

Tus negros cabellos, en sueños anhelé besar
y la fatalidad del destino aceleró mi empeño.
Así pude observar gozosa cómo te disipabas
hasta que volvieras para estar otra vez juntos.

Mientras que se desfloraba el olvido vivido
empecé a disfrutar del rescordo de mi sueño
y de los albores de tu aroma que quedaron
en mi cuerpo, y ya no logré jamás dispersarlo.

Tu garbosa silueta se incorporó dentro de mí
y en los pliegues de las olas admití descansar.
En ese instante se hizo más amable mi dormir
y la embriaguez de tu amor percibí al despertar.