El Crepúsculo avanzaba presuroso
para entrar enseguida en la sombra.
Esa noche la pasé bastante calmada;
esperaba despertar bien esa mañana.

Por fortuna conseguí llevarlo a cabo,
aunque el trayecto iba a ser confuso.
Fui aligerando para coger el transporte
que me conduciría a ese lugar soñado.

Tuve que pasar por elevadas montañas.
Por fin descubrí el acceso a la ciudad.
Me deslumbró la profundidad del “Tajo”;
nunca había descubierto uno idéntico.

El aire que se respiraba allá me captaba;
no quería distraerme, tenía que buscarlo.
Así que empecé a observar uno por uno
los parques que encontraba en la marcha.

Mis energías se debilitaban por instantes,
y todavía no presenciaba lo que buscaba.
Una satisfacción dulcificó mi curiosidad
al hallarlo presidiendo la verdosa serranía.

Llegué a su estatua y con alegría lo abracé.
En ese momento sentí el latir de su corazón;
era como si su alma y la mía se conectaran.
Quizá fuera su espíritu que rondaba por allí.