La luz crepuscular entraba tras el cristal.
Creí ver por los visillos tu delgada figura,
pero enseguida desapareciste de mi visión.
Pensé que todo eran cosas mías imaginarías.

Te habías extinguido como cortina de humo;
ya no te vi pasar después por el mismo lugar.
Fue una confusión mía bastante improcedente.
¡Qué error, si te conocía más que de memoria!

De igual forma que te evaporaste, apareciste.
No di mucho credito a lo que estaba pasando
ni supe comprender el porqué de tu regreso.
Ya no te esperaba, y fue un asombro para mí.

Inquietos deseos aparecieron en mi vida.
Ardorosos y razonables sentimientos viví.
El suave roce de tus manos me hizo tembrar
y mi cuerpo empezó a sentir esas vibraciones.

Una expresión silenciosa salió de tus labios;
me quedé algo pensativa sin saber qué hacer.
Pensé que debía inspeccionar mis emociones
y volví a caer rendida de nuevo en tus brazos.

Con el pensamiento lúcido, te hablé esa noche
para decirte lo mucho que te echaba de menos.
Tu canción dio alegría y sosiego a mi corazón,
y mi alma se conmovió al recitar tú en silencio.