Cuando me di cuenta, llevaba ya su aroma;
lo atesoraba en lo más profundo de mi ser,
y era demasiado tarde para alejarme de él.
Su fragancia traspasó los poros de mi piel.

La primavera su prodigio me proporcionó;
se mostró en mi alma como un rayo de luz.
Transfirió a mi vida la más atractiva ilusión.
Crucificó el hastío que existía dentro de mí.

¡Cómo iba a separarme, si eso no podía ser,
si al besarme flameaban sus labios con ardor
y el fuego que desprendía prendía mi cuerpo
hasta hacerlo enloquecer de tanta exaltación!

Lo grato se hacía cada vez más esplendoroso
con sus prolongados deseos y satisfacciones.
Al enamorarlo me daba bienestar y seguridad
y esa tranquilidad se manifestaba en mi pecho.

¡Cómo iba yo a permitir expulsarlo de mi lado
si saciaba mi existencia de completa felicidad!
El amor que me procuró, nadie me lo atribuyó;
sólo él fue el que hizo que yo volviera a vibrar.

Por esa razón permanecerá siempre su esencia,
y mi corazón se beneficiará de su complaciente
presencia, aunque haya que aceptarla en secreto;
tal vez con el tiempo logre salir de la ocultación.